10.11.06

Nota de lector: La joven guardia


En el prefacio, Abelardo Castillo emprende raudos viajes, con una agenda reducida y escaso dinero, pero con un alcance que da aval de lo que acontece al cuento, como relato, como género, yendo desde sus inicios hasta la actualidad. Todo muy comprimido pero con referencias específicas. Reluce en Poe la figura contemporánea del género cuento, como un engendrador, y que trasciende hasta la actualidad. Algo importante que destacar, como dato comparativo e histórico es acerca de que la mayoría de las expresiones literarias argentinas se han plasmado en ese género. Concluye negando categóricamente alguna creencia de su parte en los géneros literarios –algo que comparto en cierta medida-; pero sí, obviamente, en la literatura. Ahora, lo que no puedo concebir es cómo pudo haber hecho y cómo le permitieron hacer la prefación del libro; primero porque no tendría que haber aceptado la misión de presentación sin haber aunque sea dado un sorbo de los textos, y no hacerlo sólo porque “admira a algunos y porque conoce a los que hicieron la selección”; segundo, quienes hicieron la “selección”, no tendrían que haber otorgado tal responsabilidad al Sr. Castillo porque es quien es (yo no lo conocía), puesto que no tiene ninguna “autoridad moral” para recomendar ni atestiguar la calidad de algo que no leyó. Orienta hacia un supuesto paraíso que, para mí, está bastante deslucido –salvo excepciones-, incluso, desde su misma entrada.
El prólogo de M. Tomas inicia con supuestos comentarios del alcance que los libros argentinos han tenido y van a tener. Hace un cuestionamiento político al estado desde la época de la dictadura hasta “casi” la actualidad, porque generaron desventuras de escritores y deseosos publicadores, ya que nada se hizo por ellos. Menciona las condiciones que se divulgaron para ser participante y qué se tuvo en cuenta para llegar a esa instancia. ¿¡Libertad literaria!?, o ¿Burocracia revestida? Habla de una “generación” de los 80s’, la que tuvo un enfrentamiento mediático con “otro bando” de escritores. En relación con ellos, manifiesta lo inexorable de la aparición de estos escritores (los de La Joven Guardia), contrastando con aquellos que tuvieron su auge en los 40s’ y 60s’ (otras épocas Sr. Tomas, menor población, otras condiciones, y quizás, por qué no, mejor preparación, aún sin hacer semejanzas). Concluye con una breve reseña de algunas de las labores que cumplen los jóvenes escritores y que, según él “están recogidos muchos de los mejores escritores contemporáneos” (es notorio que el prologuista y compilador no ha tenido la dicha de leer lo que mis compañeros escriben).
Antes de la lectura de los cuentos, debo confesar mi desconocimiento, poco más o menos, absoluto respecto a los escritores y sus obras. Ahora, si tuviera que elegir futuras lecturas de los escritores de La joven guardia, teniendo como parámetro (según Tomas es lo mejorcito de la actualidad) el cuento publicado de cada autor para dar un veredicto sobre los mismos (lo cual podría ser injusto, pero sigo con esa hipotética situación), entonces haría el siguiente ordenamiento (los elegidos serían quienes encabecen la lista de cada “género” o naturaleza narrativa, y son por supuesto los que accedieron con mayor gracia a mi espíritu de lector).
El Aljibe”, de M. Enriquez es el que mejor me trasladó (en relación a aquellos otros cuentos con características de género similar, digamos terror o fantástico –vuelvo a reiterar que no soy muy devoto a ceñirme en el encasillamiento de un texto literario bajo un género-) a ese mundo que está al límite entre lo real y lo irreal, entre los actos conscientes y el dominio irreversible de la mente; otro cuento que también apela al influjo de la mente es “La edad de la razón”, de R. Doval. Hay otros tres textos que también se los podría adherir a este grupo: “La siesta” (G. Antonuccio), “El cavador” (S. Schweblin) y “La intemperie (F. Abbate) –este último realmente desabrido y sin una relación mínima necesaria que se necesita para hacer sentir más a gusto a quien vaya a leerlo-. Lo que sí es un dato interesante es que los cinco textos de terror-fantástico son de mujeres. ¿Es que acaso los hombres no se animan a relatar historias tenebrosas? ¿O las mentes femeninas tienen más sadismo y protervia que la de sus pares masculinos?
Uno de esos cuentos que sin duda te envuelve, por la ternura, el carisma y la historia que, a pesar de ser frecuentada (un tipo bueno que se enamora de una chica que no es de su nivel social y no lo corresponde, pero está por siempre añorando ese amor), sabe empalagar e incorporar a los lectores a ese anhelo. Eso tiene “El hipnotizador personal”, de P. Mairal, que supo hilvanar una historia que pudo haber quedado en una desilusión amorosa, pero que agregó un final motivador, abierto, donde no hay perdedores ni ganadores, sólo un sueño que levita en la fantasía. Detrás de éste, pero ya no tan parecidos, quizás sí algo románticos y lineales, “Un lugar más alejado” (A. Parisi) y “Las cosas los años” (P. Toledo). El primero incursiona también en el suspenso y tiene una particularidad llamativa: está separado por letras (como si fueran capítulos, pero que no se desligan uno del otro).
En los relatos que se asemejan al cuento clásico, “El imbécil del Foliz” (G. Vommaro) reúne varios de los requisitos: tipo de relato, condensación con el tiempo, lugar de narración y hasta una historia promiscua de amor entre líneas. “Otra mujer” (O. Coelho) posee características similares, con un lugar estable para el desarrollo interactivo; esta vez sólo dos personajes y una linealidad pura. “Diez minutos” (H. Arias) tiene un híbrido entre lo clásico y algo de ficción, alineados por un anticipado anuncio del mismo relator. Cerrando este grupo está “Dos huérfanos” (P. Pron).
En las historias que poseen aventura, desenfreno e hilarantes secuencias sitúo como modelo a “Un hombre feliz”, de F. Falco; es un sorprendente desencadenamiento de instancias enlazadas, que dejan al lector –ese efecto me produjo- siempre en vilo, ansioso por el devenir. Después le seguirían, guardando una distancia considerable, “Argentinidad” (D. Grillo Truebba) y “Morfan dos” (G. Bejerman), un texto que, además de ser el único de una mujer que no sea de terror-fantástico (como he detallado más arriba), no se logra comprender del todo (6 de 20, o el 20% del total de cuentos compilados, ¿no es un porcentaje mezquino para la mujer escritora, sobre todo si se tiene en cuenta que en nuestra sociedad la relación entre mujer-hombre se quintuplica –y aún más- a favor de las primeras? ¿Habrá sido realmente democrática la recopilación?.
En lo que respecta a la leyenda o fábula, creo que no sobresalen demasiado. Pero este sería mi orden de preferencia: “El emperador insomne” (G. Maggiore), “El silencio” (M. Matayoshi) y “Recomendaciones de un padre argentino para un cuento español” (G. Garcés), que tiene la particularidad de ser un cuento relatado medio a la antigua, quizás con alguna influencia de Bécquer.
Diario de un joven escritor argentino” (J. Terranova) estaría, obviamente como único referente del género –si es que se lo puede catalogar como tal a un relato en forma de diario-. Es auténtico y estimulante, sobre todo para quienes deseamos emprender la incierta pero gloriosamente remunerativa –para el alma y la vocación, está claro- actividad de escritor.
Una mañana con el hombre del Casco Azul” (W. Cucurto) es una bizarría total. Si el escritor propone este tipo de lectura para hacernos sumergir en la verdadera piel del personaje, podría ser tibiamente aceptado (pero probablemente no leído); si pretende disfrazar su imagen y estilo con la extrañeza que causa leer algo de características semejantes –puesto que no sabría cómo catalogar el cuento- es una acción riesgosa; pero si en verdad lo hace porque aflora de su imaginación, por la limitación de recursos y porque no se puso a pensar si al lector le podría agradar o no, pues bienvenido, ya que creo en la libertad de expresión en el sentido de explayar ideas, y repudio la marginación de las mismas. No obstante debo ser sincero, y si me recomiendan un cuento o relato literario emparentado con el último mencionado, no me permitiría leerlo.

Nando Vaccaro T.
com.58

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